"Canto de mi alma, se me ha muerto la voz,
muere, sin ser cantada, como las lágrimas no derramadas
se secan y mueren en
la perdida Carcosa."

martes, 13 de abril de 2010

La anciana y el Golem

La anciana se mecía con la barca, y frente a ella el Golem jugueteaba con el sedal de la caja.

-Un momento… -dijo la abuela, acercando la mano para recoger un anzuelo. Mientras lo colocaba, observó una vez más el grisáceo oleaje que golpeaba contra su pequeña nave bajo un toldo de nubes, y se pasó la mano por la mejilla, recorriendo los surcos de las arrugas, para colocarse la canosa melena detrás de la oreja.

El Golem la miraba en silencio lanzar la caña una y otra vez, sin resultado alguno.

-¿Sabes? No creo que debas clavar de esa manera el gusano.

-No importa, chico. Soy demasiado mayor como para cambiar de hábitos, y una boca no es difícil de alimentar. Tarde o temprano picará alguno.

Pronunciaba estas palabras con una sonrisa en los labios, enterrando sus ojos en los pliegues de su cara, tras unas gafas redondas de un grosor desmesurado.

-Aún así, si colocaras la lombriz de esta forma… –prosiguió el Golem, sujetando un anzuelo y un cebo –acabarías antes, y podrías volver a casa.

Al decir esto, señaló hacia la costa produciendo un continuo crujido al mover el gran brazo de piedra. En la orilla solo se veían, bajo el filtro sombrío de los nubarrones, dunas y una cabaña de madera, oscura y húmeda, que parecía estar allí desde la mismísima creación de la playa. La espuma de las olas llegaba casi hasta los escalones de la puerta.

-Escucha, chico. Llevo pescando aquí toda mi vida, siempre lo he hecho de esta manera y seguiré haciéndolo así hasta el día en que no pueda levantarme a remar por la mañana. Tras una eternidad realizando la misma tarea, ¡no creo que estés en posición de darme consejos! –contestó con una sonrisa burlona, señalando vibrantemente a la criatura de piedra que conversaba frente a ella.

-En eso te equivocas. No llevas una eternidad haciendo la misma tarea. Llevas una vida. Y en eso, yo te saco ventaja. Cuando este anzuelo –dijo el Golem, mostrando a pocos centímetros de la vieja el objeto de metal, sujetándolo entre su pulgar y su índice- no era más que mineral escondido en alguna recóndita montaña, yo ya caminaba por estas tierras. Y para mí, el día en que fue fabricado, que a juzgar por su aspecto debió ser hace ya mucho tiempo, está tan solo a un parpadeo de este mismo momento.

-Aham. –dio la abuela como toda respuesta, poco interesada en la conversación de su compañero, mientras se encorvaba agarrada a la caña, mirando fijamente a las olas de plata que bullían bajo cubierta.

-Los conocimientos que tu has adquirido en una vida de dedicación, ya los poseo sin apenas haber mostrado interés por el arte de la pesca. He tenido toda la eternidad para asimilarlos de manera subconsciente.

Ante esta palabra la dama octogenaria abrió levemente sus ojos, que tras las gafas se asemejaban a dos botones de ébano.

-Subcon... ¿Qué? Chico, inventándome palabras también puedo intentar convencerte.

El Golem sonrió, estirando su máscara de piedra, que se cuarteó desperdigando un fino polvillo sobre el suelo del bote. No había sonreído en siglos.

-Me refiero a que no me dediqué voluntariamente a la pesca. Pero piensa, por un momento, en las miles de conversaciones que he escuchado sobre el tema. Ya fuera en el mercado de Lagash, en la biblioteca perdida de Anyang, o en el salon secreto de mi decimotercer Amo en la ciudad de Harappa, conozco técnicas ancestrales orientadas a capturar la mayor cantidad de peces en el menor tiempo posible. ¡Y discutimos sobre algo tan básico como la manera de colocar un cebo!

En silencio, la anciana meditó su respuesta. Había dejado la caña sujeta a la barca, y ahora miraba al Golem, encorvado sobre ella debido a su gran altura. La vieja, también encorvada aunque debido a su edad, alargó el cuello, buscando las hendiduras que pretendían ser ojos.

-Hay una cosa que pasas por alto. La pesca no es como resolver quebrados. La pesca no es una fórmula. Para aprender a pescar en una barca como esta, con unos materiales como estos, requieres de dedicación, de amor y pasión hacia lo que haces. Y esa clase de pasión rezuma por mis poros. Me levanto pensando en lo que me ves hacer ahora mismo, y me acuesto con la misma idea en mente. Mi motivación no va más allá de estas olas desde que mi marido murió, y nada me produce más satisfacción que tirar del sedal, elevando al pez por los aires, mientras cuelga de los anzuelos que él mismo hizo. El balanceo de este trozo de madera es una conversación con mi difunto esposo. Y eso, chico, es algo que tú nunca entenderás, porque teniendo el infinito frente a ti todo momento te parece trivial, y toda conversación prescindible. No has perdido la pasión por vivir porque ya naciste sin ella.

En el preciso momento en que acabó, la señora se arrepintió de sus palabras, consciente del daño que había causado en su compañero. El Golem, perplejo, guardó silencio unos segundos. No podía creer que aquella anciana le hubiera herido. Y, llevado por la furia, contestó:

-Podré ser desapasionado, anciana, pero prefiero eso al patetismo de aferrarme de manera desesperada al recuerdo de una etapa efímera con un compañero. ¿Cuánto fueron, cuarenta, cincuenta años de convivencia? ¡Ja! Y aún así, pensará en ello como si fuera una larga etapa. Lo triste no es que se pase el resto de sus días recordándole, lo triste es que usted es la menos indicada para hablarme de pasión por la vida. Desea o bien volver a la etapa en la que convivía con él o que la muerte se la lleve.

Ofendida, la anciana se defendió, iracunda:

-¡Mira, chico, podré desear que vuelvan tiempos mejores, pero al menos deseo algo! No esperas el abrazo de la muerte, ¡porque ya te alcanzó hace tiempo! ¡Lo único que te diferencia del resto de tus compañeros de tumba es que ellos no se mueven ni se muestran insolentes con sus mayores!

El Golem se levantó, acentuando la inclinación del bote, que crujió, venciéndose claramente hacia su lado. Las herramientas se deslizaron por el suelo de madera, golpeando sus pies.

-¿”Mayores”? Escúcheme bien, ¡para mí no hay diferencia entre una persona de tu edad y un recién nacido! ¡Sois insignificantes y pasajeros, pero aún así camináis tomando vuestra propia vida como referencia! Pero déjame decirte algo: ¡Morirás, y en un suspiro ya nadie recordará tu existencia, rey o esclavo! ¡Te cultivarás, y en nada quedarán tus conocimientos, pues en algún momento serán superados o solapados por los de algún otro! ¡Y esto se aplica a ti, a tu marido, y a todos los seres que pueblan esta tierra!

Al oír el discurso de la criatura la anciana también se levantó, tan rápido como se lo permitían sus desgastadas rodillas, y en el trayecto tiró la caña al mar, que chapoteó al entrar en contacto con las olas. Y el Golem y la anciana se quedaron en silencio, observando el ruido de la espuma acariciando la cubierta. Un sonido semejante a un suave susurro que los enmudecía. Shh, shh. Y así, mudos, se percataron de la belleza del lugar en el que fondeaban, de los peces que deambulaban bajo la superficie, del viento que agitaba la vela produciendo un rítmico “flop-flop”, del sol que entre las nubes formaba un bello disco blanco de bordes difusos, y del olor a agua salada. Y, por primera vez vivieron, sin tener la cabeza en otro sitio.

1 comentario:

  1. Ey, esto me ha gustado mucho. Aunque ha llegado un momento en el que pensaba que la señora quería que el Golem tirara la barca para ahogarse y volver con su marido.
    Menos mal que no se ha muerto, me hubiera dado penita.

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