"Canto de mi alma, se me ha muerto la voz,
muere, sin ser cantada, como las lágrimas no derramadas
se secan y mueren en
la perdida Carcosa."

domingo, 31 de enero de 2010

Algunos lugares

Algunos lugares tienen la belleza de lo eterno y lo inmutable. Algunos lugares nos regalan la posibilidad de saber que vivimos ese momento en concreto, sumergidos en la arquitectura que algún Dios esforzándose por dejar su huella ha creado, apretando su dedo contra la tierra hasta tener la yema blanca. En cierto modo también he encontrado belleza en los desfiladeros de hormigón que se levantan imponentes en la ciudad por la que cada día circulamos, pero no es comparable al contacto directo con la eternidad.

Y digo eternidad porque es en estos lugares donde se halla la inmortalidad, en los animales que pueblan salvajes las tierras vírgenes. Una persona de hoy jamás podrá comportarse de manera semejante a la de un ciudadano de las polis griegas, o sin ir más lejos, a la de los chicos que desembarcaron en Normandía, ni siquiera aunque lo intente, pues el contexto ha dejado dentro de su ser un rastro imborrable.

Sin embargo, cuando en una playa perdida observas con curiosidad a un cangrejo, o a una gaviota oscilando con las corrientes frente al acantilado, sabes que sus vidas son en esencia réplicas de las de su padre, su abuelo, e iguales a las del cangrejo que caminaba tambaleándose por esta agua cuando la espada caía sobre el primero de los hugonotes en París. Hay que nadar hacia atrás millones de años para observar un cambio en su comportamiento y su entorno.

Mirar a los ojos a un animal libre es mirar a los ojos del tiempo.

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