Ebrio como nunca y vomitando como siempre, Jacob avanzó por las calles de
Malditos, malditos, malditos. Todos.
Con espasmos etílicos y acercándose a las paredes para susurrarles, llegó a su portal. Una vez dentro, se sentó a buscar las llaves, mientras un resplandor dorado lo hacía despertar del ensimismamiento que producía en él una de las losetas rojas del suelo.
Maldita mancha dorada, no llegó a verla.
Maldijo un tiempo su incapacidad para parar el tiempo, y así poder observar la luz amarillenta que había pasado frente a su puerta.
Malditas leyes físicas. También ellas forman parte del sistema. Al final todo es parte del sistema.
Embriagado como iba, comenzó a divagar, imaginándose a unos entes, esas malditas leyes físicas, con
Tras maldecir las escaleras por las que subía a su cuarto y abrir la condenada puerta, se sentó frente a su ordenador (un maldito capricho lo puede tener cualquiera), y buscó en Google. No buscaba nada en concreto, solo nuevos conceptos que maldecir. Tecleó Política, Televisión, Religión.
Religión. Aquí se detuvo. Se había cagado en Mahoma, en Dios, en Alá, en Buda, en Raphael. Bueno, no en Raphael. Pero sí en Jesucristo Superstar.
Wikipedia: Religión.
Se sabía la página de memoria. Al menos la página de hace tres meses. Ojeó, arriba y abajo, para ver los cambios que habían añadido los internautas. Mientras tanto, maldijo un rato su nombre bíblico. Pero a pie de página, ¡Maldición!, había un hipervínculo, subrayado y en azul, que nunca había visto. Le llevó directo al mundo de la información sobre las sectas y religiones extravagantes.
Mmh. Nuevo material al que maldecir. Ahí estaban el monstruo del espagueti volador, Cthulhu, el unicornio rosa... Se acarició su cresta mientras recitaba su oración particular:
- ¡Me cago en Mahoma, en Dios, en Alá, en Buda, en Jesucristo Superstar...!
Y prosiguió con las nuevas incorporaciones:
Un zumbido atravesó sus oídos, y se dio la vuelta. En su habitación ya no había nada. No se VEÍA nada. Todo estaba cubierto por una inmensa e informe masa de símbolos fálicos. Al menos creía que eran símbolos fálicos, pues era tal su número y la velocidad a la que giraban en torno a un invisible eje gravitatorio que no acertaba a enfocar ninguno. Una gutural voz, cien fálicas voces anunciaron:
-La cagaste, chaval.
Y con su última maldición, Jacob dejó este cochino mundo.
Muahaha! Este ya lo había leído, y el del autobús también. Pero siguen siendo graciosos.
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